AÑO NUEVO
Alejandro Maciel (Alebovino)
“A las doce de la noche,
Por las puertas de la gloria
Y al fulgor de perla y otro
De una luz extraterrestre,
Llega en hombre de cuatro ángeles
Y en su silla gestatoria,
San Silvestre”
Los versos corresponden a la poesía “Año Nuevo” de Rubén Darío, rey de reyes de la poesía modernista. Pocos saben que San Silvestre fue papa y su fiesta se celebra el 1 de enero, por eso Darío recurrió al pontífice para dar un marco de festiva magnificencia a la entrada de un nuevo año. Volvamos a lo mismo: el tiempo puede ser una categoría absoluta, hace 3 años vengo escribiendo un libro sobre los sueños, la eternidad y el tiempo y aún no llegué a una conclusión. Seguramente mi vida, que es efímera, pasará, y el tiempo seguirá allí como un enigma; pero reconozcamos que su división en días, meses y años es un arreglo que convinimos los seres humanos para poder tener previsiones “dentro de dos meses le pagaré la deuda”, algo de lo que carecen las culturas primitivas, como la guaranítica, que no contaba años ni contraía deudas con el FMI.
Este 2011 llegará como otros años, sin derrochar demasiada fanfarria fuera de la que hacemos con la pirotecnia, las bocinas y la mala cumbia (cutres) que mi vecino se empecina en socializar las noches en las que la cerveza le enturbia los sesos.
Me gustaban los antiguos almanaques que traían un taco de hojas que uno iba arrancando día a día, en cada calco decía la fecha:
DOMINGO
1 de enero, San Silvestre, papa y confesor.
Y debajo, infalible como los papas, figuraba un pensamiento de algún filósofo, escritor o músico. Dejé de ver esos almanaques cuando mi padre, que nos los traía de la empresa Pindapoy, nos avisó que se habían terminado (la empresa y los almanaques simultáneamente).
Al arrancar cada hojita, siendo todavía un nene, sentía cierta nostalgia y angustia por la despedida. Sabía, de algún modo intuitivo, que ese día no volvería jamás, que cuanto hubo sucedido en esa tarde pertenecía definitivamente al pasado. Me auxiliaba por entonces el recurso de la fe que me prometía la eternidad, y si era verdad lo que decía la catequista, ese día cancelado sería exactamente igual al día de mañana cuando la eternidad se encarnara en la realidad y el tiempo sucesivo pasase a ser una mera ilusión de los sentidos.
Desgraciadamente, al perder la fe también perdí la eternidad. Y a toda la buena gente afligida que siempre me advierte que puedo recuperar a Dios deseándolo, les digo que, para mí, la fe es como la virginidad, una vez que se perdió, no hay vueltas que darle al asunto: ya no es cuestión de voluntad.
Deseo para Argentina un mayor crecimiento en esta década que se inicia, sí el económico pero también el de la distribución social de la riqueza generada. Sé que mis amigos liberales saltarán como liebres al escuchar esto, blandiendo el viejo argumento que dice que la riqueza es de quien la produce y los emprendedores (esos líderes a los que la moderna pseudociencia del márqueting colocó en el ápice de la pirámide social…) son los legítimos destinatarios de los bienes producidos. Creo que olvidan algo. Los bienes se producen gracias a la confluencia de tres factores, al menos: el capitalista emprendedor, los obreros que trabajan para él (y no son de su propiedad, lo siento pero la esclavitud fue abolida por la Asamblea del Año XIII) y los recursos naturales que utiliza para transformar en productos útiles, que tampoco son de él. Aunque me enarbole un título de propiedad, eso significa únicamente que la tierra que pisa le pertenece, pero el arroyo que pasa, el aire que la envuelve, eso es de todos, y por sobre todos, de nuestros hijos y nietos.
Felicidades para todos, incluyéndome, en esta nueva década.
Alejandro Bovino Maciel.
30 diciembre 2010.